23 diciembre 2015

RAÍZ


Soy mezcla de bárbaros e indígenas; soy hija del sol hecha tierra,
Mezcla de iglesia con selva, fervor y plegarias, poesía y razón.
Soy quien se mete en tus entrañas para llenarse de vida, soy quien abre sus brazos al viento; soy del agua, agua de mar, agua de río, agua bendita, agua de lluvia; agua salada, dulce y santa.  Soy la hoguera que quema y la chispa que alienta, el calor que abraza y la luz que enciende.

Soy los pies descalzos enraizados, soy la roca firme, la duda y el llanto.
Soy la risa a carcajadas y el miedo y el canto.
Soy una canción de cuna extranjera, soy tambores y plegarias; soy sangre de gitana y entrañas de virgen. Canto y bailo con la luna, entre bejucos y ramas; soy la piel desnuda y la mente alada, soy la sangre que da vida, el placer encarnado en curvas y líneas.

Soy libre en el viento y esclava en los preceptos, soy la repetición como sentencia: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Soy la oración viva y el rezo enmohecido. Soy hija de la tragedia, la traición y la rabia; soy la luz del perdón, soy el gozo de una mente que olvida, soy el callo que no siente y la cara que no se sorprende.

Soy navegante de un mundo cifrado, una verdad encriptada, una mentira disfrazada: 11111000000. El mundo infinito en una cifra de a dos, la traducción de los anhelos envueltos en pixeles, las redes mágicas, la conexión sin límites… sin límites.

Soy un jaguar domesticado, el pájaro enjaulado, el caracol enterrado. Soy fuerza de yegua salvaje, una perra de monte, hormiga incansable y el oso invernando. Soy el águila al acecho planeando el universo, el salmón en contracorriente, la oruga que muere, soy la ferocidad de una leona en celo, soy la mariposa que alza su vuelo.

Creo en tu abrazo y en tu risa, creo en tus ojos y en tus manos fuertes. Creo en mi vientre y en mis dedos; creo en tus mentiras y en tus anhelos. Creo en lo que crea, creo en la luz que resplandece en el cielo y en la oscuridad que agobia en la profundidad del subsuelo.

Creo en el té, en el limón y la y hierbabuena, en el pan de maíz humeante, en la ostia y el vino, en la hierba y el humo. Creo en el tambor y la quena, en el blues y las guitarras; en la sensualidad de un chelo y la estructura de un bajo. Creo en el violín y sus cuerdas sacras, en las nupciales y fúnebres, creo en las marchas.  Creo en los latidos de un bebé como un potro galopando; creo en el vientre que lo está gestando.

Creo en las gargantas rasgadas y los cantos sublimes como endulzados con miel. Creo en el llanto de un bandoneón y la euforia de un acordeón; creo en la guacharaca, la clave y el saxofón.

Soy el asfalto que asfixia y la prisa sin razón. Soy el cemento y el hierro fundidos en una sola construcción. Soy el derroche y el lujo, la bohemia y el amor.
Estoy en medio del viejo, el borracho y el actor.
Estoy en medio del día, de la noche y del hoy. Como es arriba es abajo y en ambos me encuentro yo. Creo en ti y en un nosotros, creo ante todo en el otro; en su mirada en mis ojos y en mi reflejo en su piel.

Creo en el que vence y no en el que convence, creo en el que observa, en el que se piensa y piensa, en el que revela y confronta; en quien se arriesga y se enfrenta.

Creo en el mundo que habito y en el que imagino, creo en el sueño y en la intuición, creo en mi vida, la conciencia y la pasión.

Creo en el rito y en la tradición, creo en la idea y en la innovación; creo en el que cree por decisión y creo en el que cree porque no tiene otra opción.

14 septiembre 2014

SOBREVIVIENDO AL DOMINGO

Una a una las gotas de lluvia fueron formando un lente distorsionado de la realidad por la ventana de su habitación. Las sombras cubrían un cielo que horas atrás resplandeció con su arrogante y radiante azul. Ahora el mundo se tornaba gris.

Su corazón latía lento con la cadencia de un triste violín que tocaba cada fibra de su alma encostrada, mientras una voz rasgada y cansada repetía palabras surrealistas de desamor. Le gustaban las canciones que le revolcaban la vida, que le arrancaban lágrimas. Le gustaban las canciones con grandes arreglos orquestales, dramáticas, majestuosas; le gustaba tomarse algo bien caliente a ver si descongelaba el amor que ya no sentía.

Se sentó en una pequeña alfombra al lado del balcón. Repitió una y otra vez la misma canción mientras se bebía un café despacio hasta que fue enfriándose. Miró hacia al cielo, inamovible, como buscando una respuesta que no llegaría, o tratando de entender de dónde venía esa tristeza que se le metía en el alma y le perforaba los sentidos sin piedad.

Cuando la noche se hizo más oscura y la ciudad dejó de latir frente a su mirada y las luces brillantes se fueron apagando una a una, cuando el café estuvo tan frío que se hizo imbebible; la canción dejó de sonar y el ruido de la lluvia cesó por completo.
Cuando prendió las luces y las sombras desaparecieron ante sus ojos,
la cotidianidad se apoderó de su alrededor y su angustia se disolvió poco a poco hasta que ya no podía recordar por qué la sentía.


Entonces comprendió que esa inmensa zozobra no era más que otro domingo con lluvia a las seis de la tarde.