Esta historia la escribí hace 7 meses, pero no la publiqué.
Hoy me la encontré y me encanta ver todo lo que ha pasado después de esa
búsqueda inicial. Sobre eso escribiré una nueva entrada, pero esta, ¡vale la
pena recordarla como el inicio de una vida diferente!!
¡Vamos a jugar!!
Después de publicar mi entrada anterior, “Elucubraciones de
una mente dominical autista” recibí varios comentarios: unos de apoyo al
síndrome, otros con propuestas para cambiar de rutina y no faltó el que sugirió
que lo que yo sentía se debía a la falta de un amante. No entiendo bien el
propósito de esa sugerencia, pues, si ese fuera el caso, ese ser no estaría
dentro de los posibles candidatos.
¿En qué estaría pensando el sujeto?, ¿En serio creería que
mi respuesta sería: por supuesto, puedes ser tú mi amante?. En fin…Ni para que
detenerme en eso.
Volviendo a las propuestas, debo decir que algunas de ellas
han funcionado. Por ejemplo, hacer ejercicio, que fue una de ellas, ha cambiado
mi rutina pese a mi incredulidad e inexperiencia.
Los domingos tienen un aire distinto, siempre lo he pensado,
pero hay aires que de verdad refrescan. Medellín tiene una cara que yo no
conocía: la de los domingos en los espacios deportivos. Al empezar a
descubrirlos me encontré con una ciudad llena de colores, de perros, de niños
con sus familias y sus pequeños cascos, de vendedores ambulantes, de música y
risas, etc. Esa cara me hizo pensar que los domingos, para muchos, significan
un espacio en familia, en pareja. Un día donde la oficina y los problemas
quedan atrás y el aire libre le cambia la cara y la disposición a las personas.
El deporte jamás fue mi opción, la sola palabra me dejaba
sin aliento y con dolor en todo el cuerpo de antemano. No obstante, hace más o
menos un año hice mi primer acercamiento inscribiéndome en un gimnasio. Logré
ser perseverante por unos meses y tengo que reconocer que me sentí bien. Las
muchas ocupaciones opacaron mi entusiasmo y terminé mandando al traste el
deporte, aunque siempre pensé que debía volver a intentarlo.
El día llegó debido a mi necesidad de cambiarle la cara a
los domingos, aunque en esta ocasión no quería un gimnasio. La bicicleta fue
una opción, pero no tengo. Además con el auge que hay en la ciudad con el
ciclismo, francamente me da vergüenza salir a hacer el ridículo. En realidad lo
que más me llamó la atención fue el patinaje. Tampoco soy buena en eso, pero
por lo menos no veo tanta gente experta en ese deporte, (seguro hay miles, pero
en los lugares a los que he ido, no se ven tantos).
Desempolvé, literal, mis patines y por fin llegó el domingo,
increíble, pero en serio lo estaba esperando. Lo pensé mucho antes de arrancar, pues hacer
deporte acompañado siempre es mejor; pero se me hacía tarde y ya no era hora de
buscar a acompañantes. Llegue al Aeroparque Juan Pablo II sin tener idea cómo
funcionaba el asunto. Cuando vi la
cantidad de gente que había en la pista, estuve a punto de desistir, pero no,
ya había llegado y no podía perder el impulso. Me puse los patines en el lugar
más solitario de la pista que encontré y empecé mi recorrido.
Apelé a mis recuerdos de niña, cuando patinaba sin cesar ,
sin pensar en nadie, sin miedo a caerme. Descubrí, mientras avanzaba, que ahí estaba el problema: Para mí el deporte
jamás se llamó de esa manera, simplemente salía a jugar; así que pensé que la
mejor manera de empezar mi vida deportiva era volver a jugar, a sentirme niña y
disfrutar de cada momento sin pensar si es peligroso o si me puedo morir
asfixiada, debido al estado físico tan deplorable que tengo ahora.
La pista tiene 1.600 metros. Lograr recorrerla entera no
estaría nada mal para una primera vez. Ese era mi reto. Estaba tan concentrada
que no vi venir el desnivel y claro: “Caí redonda como una guanábana sobre la
alcantarilla” como diría Juan Luis Guerra. Caí sentada, por fortuna, pues de
amortiguación trasera estoy bien. Seguro por la adrenalina no sentí dolor. Miré
a los lados a ver si alguien me había visto; por suerte solo me vio una niña
que siguió en la clase que su mamá le estaba dando, sin inmutarse. Ese fue el momento
crucial, si no me paraba, nunca lo volvería a intentar, de eso estaba segura.
Espere unos minutos, recuperé el impulso, me paré como pude y seguí. Ese fue mi
primer triunfo.
A pesar de que estoy haciendo otras actividades físicas en
semana, esperaba con ansias el domingo siguiente para volver a la pista.
El día llegó. Esta vez no fui sola: me acompañaron mi hijo,
un amigo y Barto, mi perro, el nuevo integrante de la familia.
El lugar estaba más lleno que la vez anterior, pero no me
importó; me puse los patines en frente de todos.
Para mi grata sorpresa, logré dar más vueltas que la semana anterior y
no me caí. Supongo que esta vez estaba menos asustada y lo que pensaran los
demás empezó a importarme menos.
En medio de esta búsqueda descubrí que había una deportista
consumada dentro de mí, aunque muy dentro a decir verdad. Pero lo que me
llenaba tanto no era solo la actividad física, lo que entendí es que todavía sé
divertirme cuando salgo a jugar y eso me hace feliz…Incluso los domingos!!