14 septiembre 2014

SOBREVIVIENDO AL DOMINGO

Una a una las gotas de lluvia fueron formando un lente distorsionado de la realidad por la ventana de su habitación. Las sombras cubrían un cielo que horas atrás resplandeció con su arrogante y radiante azul. Ahora el mundo se tornaba gris.

Su corazón latía lento con la cadencia de un triste violín que tocaba cada fibra de su alma encostrada, mientras una voz rasgada y cansada repetía palabras surrealistas de desamor. Le gustaban las canciones que le revolcaban la vida, que le arrancaban lágrimas. Le gustaban las canciones con grandes arreglos orquestales, dramáticas, majestuosas; le gustaba tomarse algo bien caliente a ver si descongelaba el amor que ya no sentía.

Se sentó en una pequeña alfombra al lado del balcón. Repitió una y otra vez la misma canción mientras se bebía un café despacio hasta que fue enfriándose. Miró hacia al cielo, inamovible, como buscando una respuesta que no llegaría, o tratando de entender de dónde venía esa tristeza que se le metía en el alma y le perforaba los sentidos sin piedad.

Cuando la noche se hizo más oscura y la ciudad dejó de latir frente a su mirada y las luces brillantes se fueron apagando una a una, cuando el café estuvo tan frío que se hizo imbebible; la canción dejó de sonar y el ruido de la lluvia cesó por completo.
Cuando prendió las luces y las sombras desaparecieron ante sus ojos,
la cotidianidad se apoderó de su alrededor y su angustia se disolvió poco a poco hasta que ya no podía recordar por qué la sentía.


Entonces comprendió que esa inmensa zozobra no era más que otro domingo con lluvia a las seis de la tarde.

28 mayo 2014

La caja de cartón



Mucho más lento de lo que quisiera , empaco un poco mi vida en cajas de cartón. Recorro eso que me dice lo que he sido y lo que soy, aunque ya no me parezca.  Simples objetos que podrían hacer el papel de una biografía. La colección de música que habla sola, al igual que los libros.  Un clóset repleto que dice que nunca fue suficiente, así usara siempre lo mismo.  La dificultad para comprender que no necesité tantos zapatos jamás, y entregar tantos de ellos, sin haberlos usado siquiera.

Guardo en pequeñas bolsas mi pasado en papeles y fotos que no puedo evitar mirar una vez más, como cada que quiero limpiar mi vida, empezando por casa. No me reconozco, ya no soy esa, ni la de las fotos, ni la de los poemas.

Me brillan los ojos recordando días felices, que en su momento no percibí en su real magnitud. Ruedan lágrimas de nostalgia por tanto que he vivido que no está más y por las personas que se fueron y que tanto me dolió dejar atrás.

Canciones, olores, objetos olvidados en cajones que abrí de vez en cuando y que me dicen que ya no necesito eso que no miro más. Me sorprende todo lo que fui y que ya no puedo recordar. Me duele eso en lo que me he convertido sin darme cuenta. Me duele el dolor que invadió mi alma día a día endureciéndola sin compasión.

Simples objetos que caben una caja y que dan cuenta de la construcción que he hecho de mí misma, pero que no pueden decir quién he sido y soy en realidad. Esas cosas, esos momentos fueron mi verdad,  la única que conocí en ese momento, esa que defendí con uñas y dientes y que ahora me parece tan fugaz.

Nada de lo que tengo me define, me define lo que soy, y eso se perdió entre la bulla y los objetos coleccionables y acumulables que me dijeron tantas veces que me harían feliz y no lo hicieron. 

Recorro ese pasado que ahora parece el de un desconocido. Por más que apriete duro la nostalgia, por más que cerrando cada caja un suspiro se desprenda desde mis entrañas, entiendo, por fin entiendo, que todo lo que soy no cabe en esa caja.