Descubrí que tengo una nueva arruga. Supongo que una vez salen las primeras,
las demás se unen a la causa.
Todo
empezó hace más o menos un año cuando fui a visitar a mi dermatóloga en una
cita de rutina. Le dije que había descubierto tres arrugas al lado de mi ojo
derecho. Ella usó su lupa gigante, que hace más grande cualquier imperfección.
Miró detenidamente y me dijo: “Sí, en efecto tienes unas pequeñas líneas de
expresión más marcadas, yo te recomiendo que empecemos a inyectarte un poquito
de Botox”.
En
mi cabeza se repetían sus palabras como en cámara lenta, no escuché el resto de
lo que decía. Si esta escena hubiera ocurrido en un capítulo de Ally McBeal ,
mi cabeza se convertiría en un globo gigante, rojo y humeante hasta explotar,
pero por supuesto no era un capítulo de Ally McBeal y mi cabeza seguía del
mismo tamaño y en el mismo lugar. Yo le
dije que no creía que fuera una buena idea, a lo que ella, al mejor estilo de
un torero, me dio la estocada final: “Es que cuando uno llega a cierta edad…”
Ahora sí que no podía continuar con esa conversación, le agradecí su atención y
salí como alma que lleva el diablo, arrugado por cierto.
Esa
misma semana, fui a mi cita de rutina donde el oftalmólogo, porque así como las
tristezas y las deudas, todo llega junto.
La
cita es siempre igual; está antecedida
por una llamada en la que siempre digo lo mismo: “Maurooooo, me estoy quedando
ciega, auxilioooo…” ah, porque el oftalmólogo fue mi novio alguna vez, por eso
las confiancitas con el doctor. Él solo se ríe de mi drama y me programa una
cita. El diagnóstico siempre había sido
el mismo: “No te estás quedando ciega, tenés una alergia impresionante” luego
me manda unas gotas y todo queda solucionado.
Esta
vez, a pesar de que la escena fue la misma, el diagnóstico cambió. Contrario a
lo que esperaba y también en cámara
lenta, escuché a mi oftalmólogo decir: “Tienes astigmatismo”. Sé que me explicó
qué era y por qué me había pasado, pero yo solo podía pensar que había perdido
mi visión 20/20 de unos meses atrás. Yo le preguntaba si eso se quitaba, si eso
era para siempre, si me iban a terminar operando, pero él reía y reía mientras
me decía: “Esas cosas pasan cuando uno llega a cierta edad…”
Cuando
llegué a mi casa me miré en el espejo, al mejor estilo de una novela
venezolana, así con banda sonora (de Carlos Mata) y lágrima en ojo, mientras
veía como los años hacían de las suyas conmigo. En mi cabeza un tiple sonaba y
una voz gangosa entonaba: “Yo también tuve veinte años y un corazón vagabundo…”
Mientras
trataba de dormirme empecé a pensar en eso de la “cierta edad”, a qué edad
llega la “cierta edad”, ¿todos llegamos a esa “cierta edad” a la misma edad?,
poco a poco el sueño me venció y al día siguiente ya no pensé más en el tema.
El
problemita aquel volvió a surgir hace unos días, en un domingo lluvioso, con lo
que me gustan, cuando a pesar de mi cansancio, no podía dormir. El desespero
propio del insomnio me llevó a recorrer mentalmente mi día, para ver si encontraba
la causa de la falta de sueño. ¡Claro! La razón estaba muy clara; me había
despertado a las cinco de la mañana, pero me había acostado de nuevo a las
siete y dormí casi hasta el medio día, cosa que no pasaba hacía mucho tiempo. La
explicación me confirmaba que había llegado a “cierta edad”.
cuando vi que tenía una cuarta arruga al lado
de mi ojo derecho, también descubrí que se notaba más si me reía, también
si lloraba, en resumidas cuentas, los sentimientos delatan mis arrugas. También
me acordé que el oftalmólogo me había dicho que el astigmatismo se daba entre
otras cosas, por el uso excesivo del computador y por leer mucho.
Esta
mañana me desperté algo asustada por un sueño que había tenido. En el sueño estaba mucho más
joven, sin arrugas ni gafas. Estaba en mi antigua casa y le rogaba llorando a
mi mamá que me dejara ir a una finca. Después aparecía un galán al mejor estilo
de Johnny Bravo, y me estaba echando un cuento de “amor” el más ridículo y yo
lo miraba con cara de paisaje y de mis ojos salían corazones brillantes. De
repente aparecía una mujer más vieja, con gafas y me miraba de reojo, con la
ceja levantada. En el sueño yo sabía que se estaba burlando de mí.
Me
desperté tan asustada, no sé si porque tenía que pedir permiso otra vez, o por
sentirme como una idiota, no sé, el caso es que después de pensarlo mucho,
llegué a la conclusión de que estoy perdidamente enamorada de la “cierta edad”,
además, las gafas no están tan mal.