20 marzo 2013

LA "CIERTA EDAD"



Descubrí que tengo una nueva arruga. Supongo que una vez salen las primeras, las demás se unen a la causa.
Todo empezó hace más o menos un año cuando fui a visitar a mi dermatóloga en una cita de rutina. Le dije que había descubierto tres arrugas al lado de mi ojo derecho. Ella usó su lupa gigante, que hace más grande cualquier imperfección. Miró detenidamente y me dijo: “Sí, en efecto tienes unas pequeñas líneas de expresión más marcadas, yo te recomiendo que empecemos a inyectarte un poquito de Botox”.

En mi cabeza se repetían sus palabras como en cámara lenta, no escuché el resto de lo que decía. Si esta escena hubiera ocurrido en un capítulo de Ally McBeal , mi cabeza se convertiría en un globo gigante, rojo y humeante hasta explotar, pero por supuesto no era un capítulo de Ally McBeal y mi cabeza seguía del mismo tamaño y en el mismo lugar.  Yo le dije que no creía que fuera una buena idea, a lo que ella, al mejor estilo de un torero, me dio la estocada final: “Es que cuando uno llega a cierta edad…” Ahora sí que no podía continuar con esa conversación, le agradecí su atención y salí como alma que lleva el diablo, arrugado por cierto.

Esa misma semana, fui a mi cita de rutina donde el oftalmólogo, porque así como las tristezas y las deudas, todo llega junto.
La cita es siempre  igual; está antecedida por una llamada en la que siempre digo lo mismo: “Maurooooo, me estoy quedando ciega, auxilioooo…” ah, porque el oftalmólogo fue mi novio alguna vez, por eso las confiancitas con el doctor. Él solo se ríe de mi drama y me programa una cita.  El diagnóstico siempre había sido el mismo: “No te estás quedando ciega, tenés una alergia impresionante” luego me manda unas gotas y todo queda solucionado.
Esta vez, a pesar de que la escena fue la misma, el diagnóstico cambió. Contrario a lo que esperaba y  también en cámara lenta, escuché a mi oftalmólogo decir: “Tienes astigmatismo”. Sé que me explicó qué era y por qué me había pasado, pero yo solo podía pensar que había perdido mi visión 20/20 de unos meses atrás. Yo le preguntaba si eso se quitaba, si eso era para siempre, si me iban a terminar operando, pero él reía y reía mientras me decía: “Esas cosas pasan cuando uno llega a cierta edad…”

Cuando llegué a mi casa me miré en el espejo, al mejor estilo de una novela venezolana, así con banda sonora (de Carlos Mata) y lágrima en ojo, mientras veía como los años hacían de las suyas conmigo. En mi cabeza un tiple sonaba y una voz gangosa entonaba: “Yo también tuve veinte años y un corazón vagabundo…”
Mientras trataba de dormirme empecé a pensar en eso de la “cierta edad”, a qué edad llega la “cierta edad”, ¿todos llegamos a esa “cierta edad” a la misma edad?, poco a poco el sueño me venció y al día siguiente ya no pensé más en el tema.

El problemita aquel volvió a surgir hace unos días, en un domingo lluvioso, con lo que me gustan, cuando a pesar de mi cansancio, no podía dormir. El desespero propio del insomnio me llevó a recorrer mentalmente mi día, para ver si encontraba la causa de la falta de sueño. ¡Claro! La razón estaba muy clara; me había despertado a las cinco de la mañana, pero me había acostado de nuevo a las siete y dormí casi hasta el medio día, cosa que no pasaba hacía mucho tiempo. La explicación me confirmaba que había llegado a “cierta edad”.

cuando vi que tenía una cuarta arruga al lado de mi ojo derecho, también descubrí que se notaba más si me reía, también si lloraba, en resumidas cuentas, los sentimientos delatan mis arrugas. También me acordé que el oftalmólogo me había dicho que el astigmatismo se daba entre otras cosas, por el uso excesivo del computador y por leer mucho.

Esta mañana me desperté algo asustada por un sueño que había tenido. En el sueño estaba mucho más joven, sin arrugas ni gafas. Estaba en mi antigua casa y le rogaba llorando a mi mamá que me dejara ir a una finca. Después aparecía un galán al mejor estilo de Johnny Bravo, y me estaba echando un cuento de “amor” el más ridículo y yo lo miraba con cara de paisaje y de mis ojos salían corazones brillantes. De repente aparecía una mujer más vieja, con gafas y me miraba de reojo, con la ceja levantada. En el sueño yo sabía que se estaba burlando de mí.

Me desperté tan asustada, no sé si porque tenía que pedir permiso otra vez, o por sentirme como una idiota, no sé, el caso es que después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que estoy perdidamente enamorada de la “cierta edad”, además, las gafas no están tan mal. 

17 marzo 2013

ELUCUBRACIONES DE UNA MENTE DOMINICAL AUTISTA







Abro los ojos y el cielo no me engaña, él cree que puede, con su azul despampanante y sus nubecitas blancas, tan inocentes, tan inofensivas, que pareciera que es miércoles, me gustan los miércoles. Pero no me engañan, sé que es domingo.

En los domingos todo es diferente, la luz cambia, el sonido de los días cambia, el olor del día a día es distinto.
Por lo general me invento planes dominicales para no morir de tedio, y a veces, lo consigo. Otras veces, por más planes que haga, la marca dominical me persigue sin piedad.

Todos los domingos son distintos, pero siempre son domingos. Las seis de la tarde, sin embargo, esa hora en que la penumbra convierte en bultos todo a mi alrededor, es igual siempre. No importa que tan lejos esté, no importa que tan bueno haya sido el plan del día.

Ahora, si el domingo es un día fatal, nada es comparable con que sea domingo y esté lloviendo. Tengo un problema con la lluvia; me encanta, pero a ciertas horas y ciertos días. Creo que la depresión tiene nombre y apellido; domingo con lluvia. Por ejemplo, pienso que no quisiera morirme un domingo por la tarde mientras llueve. Creo que morirse así sería de muy mal gusto.

Otra característica importante tiene que ver con el grado de autismo que puedo alcanzar al final del día. Estoy convencida de que no debería tener una primera cita un domingo. Primero porque no soy una persona coherente y podría decir muchas estupideces. Segundo porque quisiera saltarme todo el debido proceso y arruncharme a ver una película en mi cama. Creo que soy poco emocionante en estos casos, mejor descartar primeras citas.

Cuando llega la hora de la comida, puedo echar mano de los nunca bien ponderados espaguetis; la mejor alternativa de un soltero, además de la arepa, claro está. La mayoría de las veces prefiero comer a la carta, pero hay domingos en que me pongo de reflexiva y me acuerdo de ese novio que tuve hace mil años y que me decía: “Pero si tenemos comida en la casa, ¿para qué gastarnos la platica?” No soy de ese estilo, creo que por eso, entre otro millón de razones, no estamos juntos. Pero bueno, volvamos al punto, decía que me acuerdo de esas palabras y decido ahorrar un poco, para que además de tener que soportar un domingo lloviendo, no deba cargar con sentimientos de culpa monetaria.

Después de la comida no quiero otra cosa más que ver una película bien romanticona, de esas que dan nauseas. Ojalá que sea protagonizada por Julia Roberts, Jennifer Aniston, Meg Ryan, Adam Sandler, Drew Barrymore, Cameron Díaz, Hugh Grant, Jude Law, Gerard Butler, entre otros. Menos Renée Zellweger. Si tengo un helado gigante mucho mejor, más si es de chocolate, y ahí la cosa se va componiendo.

Cuando se va acabando la noche, vuelvo a ser una persona normal, pensando en las mil cosas que tengo que hacer en la semana, las citas que no puedo olvidar, las cuentas por pagar, El Papa, Chávez, Uribe y Santos, Fajardo y Gaviria,  y…Pensándolo bien, creo que prefiero el domingo.